! y bueno, que mier..., yo me le tiro arriba y directo al cuello!
por Martín Rouaux
Facu insistió muchas veces a lo largo de mucho tiempo para que yo probara una clase de un arte marcial que él venía practicando hace un par de años. La verdad sea dicha, siempre tuve ganas de probar bjj porque me parecía genial todo lo que me contaba al respecto, sin embargo, como muchas veces solemos hacer, siempre encontraba alguna excusa para no ir.
Finalmente, un sábado al mediodía, aparecí por el dojo. De rodillas y frente a frente, Darío, quien está a cargo de las clases, empezó a contarme de que se trataba este arte marcial y en que consistiría la clase. Algunas de sus frases no me las voy a olvidar nunca, tal vez porque fueron un preámbulo muy preciso de lo que realmente ocurrió, lo que hoy no deja de sorprenderme.
Finalmente, un sábado al mediodía, aparecí por el dojo. De rodillas y frente a frente, Darío, quien está a cargo de las clases, empezó a contarme de que se trataba este arte marcial y en que consistiría la clase. Algunas de sus frases no me las voy a olvidar nunca, tal vez porque fueron un preámbulo muy preciso de lo que realmente ocurrió, lo que hoy no deja de sorprenderme.
“Mira, por experiencia, te digo, que uno o dos de cada diez que vienen a probar una clase no vuelven” decía Darío. Yo lo miraba con una expresión tranquila, tímido, sin decir mucho. “Lo que hacemos en la lucha, es usar la técnica para enfrentar al oponente a diversas situaciones que le dan miedo, como asfixia, roturas de huesos y/o articulaciones” prosiguió. Yo seguía en una postura tranquila, pero con algunas dudas, sin poder captar el mensaje. “¿Este tipo me está diciendo que no voy a querer volver?”, pensaba. Durante la primera clase iba a sufrir de híper ventilación, a sentir ahogo, íbamos a “jugar” con palancas sobre las articulaciones. Reflexioné un poco sobre sus palabras, “está tratando de asustarme, de que me achique” pensaba, mas sin entender cual sería el beneficio de eso.
La verdad que no entendía nada, pero después de algunos años de jugar al rugby, acompañado por supuesto de algunas lesiones, algún que otro paso por el boxeo y kick boxing pensé “¿que tan duro puede ser?” Así al finalizar este diálogo, o mejor dicho monólogo, donde Darío a la vez que intentaba transmitirme algo, creo que buscaba algo en mi mirada, en mi expresión corporal, aunque tampoco puedo decir mucho sobre el qué, me invitó a luchar.
De tener alguna duda pase a quedarme paralizado, ahora este chabón, con su voz calma, pero segura, sentado, decía “cuando quieras, dale, vos arranca”. La verdad que no sabia que carajo hacer, “y bueno, que mierda, yo me le tiro arriba y directo al cuello” pensé. Pocos segundos después, estaba despatarrado en el suelo, con problemas para respirar y sin siquiera saber como fue que llegue a ese estado.
Terminó la clase, aprendí alguna que otra técnica, luché con algunos de los alumnos y luego de una ducha, me fui para casa.
Al llegar me preguntaron como me había ido, contesté que bien, que había estado bueno, que me dieron vuelta como una media todos los alumnos sin distinción de peso, altura o sexo. Sin embargo, todavía necesitaba procesar algo, las palabras de Darío me daban vueltas y mi cuerpo, aunque sumamente cansado, seguía inquieto, como si tuviera algo que decir.
”Esta gente está loca, el deporte es exigente y tiene sus riesgos, como todo deporte de alto contacto. Además requiere de entrega y esfuerzo. El principiante tiene meses de luchar continuamente contra uno mismo, contra sus miedos, el desconocimiento de su propio cuerpo, de sus habilidades” pensaba. Inmerso en mis cavilaciones, me encontré sorprendido por una reflexión final que me trajo mucha calma. Entendí, al menos parcialmente, lo que Darío me quería decir. El camino iba a ser duro, con esfuerzo, posiblemente con muchas frustraciones, sobre todo si no lograba entender que se trata de superarse a uno mismo y no a los demás. Con la mente mas calma, al igual que el cuerpo, equilibrados por un momento, comprendí que el sábado siguiente tenia que estar ahí, y el siguiente, y el siguiente.Terminó la clase, aprendí alguna que otra técnica, luché con algunos de los alumnos y luego de una ducha, me fui para casa.
Al llegar me preguntaron como me había ido, contesté que bien, que había estado bueno, que me dieron vuelta como una media todos los alumnos sin distinción de peso, altura o sexo. Sin embargo, todavía necesitaba procesar algo, las palabras de Darío me daban vueltas y mi cuerpo, aunque sumamente cansado, seguía inquieto, como si tuviera algo que decir.
Tincho....